El ser humano sigue extrayendo las reservas del planeta a un ritmo mayor que el de su recuperación y con su actividad está produciendo distintos niveles de contaminación. El calentamiento global producido por la emisión de gases de efecto invernadero, la reducción de las napas de agua y de las reservas forestales, encargadas de regular el clima del planeta y transformar el dióxido de carbono en oxígeno, hace que no sólo tengamos contaminación de la tierra, del agua y el aire, sino además tengamos contaminación sonora, visual y auditiva que afecta el bienestar físico y espiritual de las personas. A esta situación se suma la amenaza proveniente de países como Corea del Norte, por ejemplo, que con una total falta de ética y sentido humanitario está haciendo uso de armas nucleares que ponen en grave riesgo la paz y la supervivencia de la humanidad.
En un artículo publicado en La Nación en junio de 2005, Guillermo Arnaud escribió: " La preservación de la calidad del ambiente es una necesidad, una aspiración y una obligación. Es un derecho y, al mismo tiempo, un deber. Es el primero de los derechos humanos: el derecho a la vida. La seguridad ecológica es vital para alcanzar un nuevo orden de vida, más humano, civilizado y sustentable".
Y en la misma edición Luis Castelli expresa: "Aunque mantengamos una actitud autista frente a la irreversibilidad de muchos fenómenos de deterioro ambiental, nuestro bienestar se encuentra en peligro. No se trata de un problema técnico, solucionable a través de la contratación de algún experto en la materia. Es necesario adoptar una nueva cosmovisión que permita comprender que lo que está en juego es un concepto de vida. Debemos adoptar una visión integral e integradora, una ética fundacional que recupere el sentido de lo universal y del futuro, que promueva una toma de conciencia sobre la necesidad de proteger el único escenario conocido hasta el momento donde es posible planificar el futuro para la humanidad: nuestro planeta.
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